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Los Abismos de las Aceras (2D3)

♦♦♦ 2ALMANAQUE DEL TIEMPO

Branquias azules se ciñen al cuello perfecto de Adela, cerradas valvas de molusco dormido que adornan la columna de su cabeza erguida, que gira sobre su pedestal rosado describiendo arcos que parecen suspender su movimiento de pausas. Así de prolongada mira Adela.

Mira, inclinando su frente cubierta de rizos la taza vacía que guarda el poso nacarado de una infusión aún tibia y con grumos anillándola. Intenta descubrir, predecir, su suerte o su desdicha. Molesta sus indagaciones la rodaja de limón, levemente ocre y lefa y desprovista ya de la totalidad de sus lágrimas ácidas que se han ido mustiando. Como si se hubiera introducido en la taza la orfebrería de un reloj de pulsera que adelanta y consume un tiempo para Adela, hoy, precioso.

No intenta deshacerse de la rodaja, dejarla a un lado, sobre el platillo donde se planta la taza como un eunuco.

Desilusionada deja de mirar. Su atención, ahora, se distrae por un instante en la cucharilla que lo ha removido todo: el agua hirviente;  el terrón de azúcar; la bolsita de fieltro con su polvillo de hojas secas que ha dificultado el remover, haciendo que la cucharilla se enredara, a veces, en el hilo de algodón que pendía de la bolsa para acabar en el reclamo exótico que la marca “Perfect Mummy”. El vaso de agua, sobre la mesa, permanece intacto, tanto que se ha procurado para distraerse bolitas de aire que van corrompiéndola. Adela, su mirada, todo lo ve triste, ve el tiempo que se ha ido osificando alrededor de todo lo visto. Durante su espera se le esfuman los pensamientos, rápidos, inconscientes y sin importancia que apenas unos minutos antes llevaba consigo como perlas de distracción. Ahora le aprietan las costuras de sus zapatos, tampoco su pié encaja en el molde, quizá en exceso puntiagudo, como para pies afilados o pezuñas de topo. Los racimos de sus dedos se estofan y buscan tranquilidad. Ni aún con cuatro dedos se adaptaría a esa forma de su calzado para compromisos. A lo lejos, en el Zoo, una mona grita.

Pero ni siquiera el dolor se concreta y, rápidamente, se distrae de nuevo en la siguiente nimiedad, ahora la llegada de Ramón, al que observa entrando a la cafetería buscándola con la mirada. Pasa a su lado, la mira sin mirar, otea de nuevo hacia todos los rincones sabiendo no encontrarla, ojea su reloj de liebre que avanza como si leyera un breviario. Finalmente se sienta a esperarla en una mesa vacía, junto a la ventana, aún sin despejar de la consumición de una infusión otra. Adela bosteza unos minutos y finalmente se levanta y se va. El tiempo riza la hojarasca de las aceras sin levantarla. Su calzado es un martirio. Ramón la ve alejarse y pide un café. Es preciosa- se dice. Y sorbe.

…….

De la Serie – Adela y Ramón

Los Abismos de las Aceras (1D3)

♦♦♦ 1 – La Ciudad y los Tuertos

Los cristales de las ventanas vibran roncos en su domicilio. El tráfico rodado de la avenida captura un trance de miradas con chabacano meneo de nalgas. Es como si un tísico crónico habitara todas las habitaciones a la vez.

Cuando todo esto sucede, callan los dos pájaros en jaula, tendidos en la pared por una alcayata de acero. Callan, presentidores que son de catástrofes al caer. Enmudecen, al mismo tiempo que paralizan la constante brega de un palito al otro. Son jilgueros tuertos, eunucos de un ojo para afinar sus trinos.

Ramón los ha comprado en la Plaza Redonda un domingo de mercado. Eran los más cantores de entre todos los puestos de pajarería; situados, casi en el centro de la plaza, en su mínimo círculo anillado de fuente seca.

Ramón, no está seguro, recuerda al vendedor, también tuerto; su mujer, tuerta; sus hijos, tuertos. Con su ojo neblinoso engarzando a Ramón, hipnotizándolo a la compra.

Un veguero, en la boca ladeada del comerciante, enmascaraba su ojo tieso haciéndolo vibrar de espejismos en miradas.

Sus hijos, su mujer…todos tuertos del mismo ojo. Quizá el derecho, quizá el izquierdo. Que no se acuerda Ramón, abocado a escuchar el ronco tembleque de los cristales que fotografían su vida.

 

 

Entonces se acuerda de don Rosendo Amores, del que se supo, una vez muerto, que poseía dos ojos, intactos, hasta el mismo día de su defunción, que después, apagados en la muerte, se dieron a perder.

Sin embargo, Angelina, su mujer con cincuenta años de esposa a sus espaldas; Luís Eduardo, hijo aún anclado a la custodia del hogar, o Fernandita, la juguetona niña pequeña, ignoraron el hecho, hasta que el Doctor Bravas al quitarle el parche de su ojo izquierdo una vez fallecido, se lo comunicó a doña Angelina y ésta a Luís Eduardo. Sólo, al parecer, Fernandita, tan juguetona con su padre, ya lo sabía, pues no dio muestras de sorpresa alguna. Qué misterio, pues, encerró a Don Rosendo Amores que, tras cincuenta años de matrimonio y algunos de noviazgo, fingiose tuerto del izquierdo sin cejar en su impostura. Turbia es la vida y rara su practicidad.

 

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De la Serie – Adela y Ramón

Otro relato de la misma serie aquí

La historieta es una sombra

Hasta qué punto se dibuja una historieta. Es eso lo qué se hace, dibujar? O más bien se trata de un proceso de abocetados que toman cuerpo cuando están impresos? ¿Se trata de una simulación gráfica para ser reproducida?.

Pues sucede que, ese “raro dibujar” sólo cobra su sentido en el papel impreso, en un soporte. Lo que en el mundo artístico se denomina calidad, se diluye en el proceso grosero de la impresión fotográfica, y su degradación es continuada junto al azar de las variopintas maquinas de imprimir, ajenas al dibujante, bombas de azar.

Así, toda historieta, como el cubito de hielo, gotea grafismo, lo pierde en su soporte barato de basto papel. Es el último lugar donde se transfigura.

Y nunca se reconoce del todo un dibujo cuando es reproducido, siempre tiene algo de ajeno. Algo que, misteriosamente, lo ennoblece.

El dibujante sabe que una historieta no se define en su dibujo, ni en una viñeta, ni en su puesta en página. Y siente que la historieta se hace cuerpo en su lectura, en lo ajeno, en el lector.

Definir una historieta como una disección sólo conduce a una lección de anatomía…al estudio de un cadáver. A manufacturas académicas, esos perros guardianes. El dibujante, la lectura que persigue no es hedonista sino, más bien, premonitoria. La que se genera fuera de la página, la que sólo crea el lector, no los lectores.

Aquí, el dibujante, es el cirujano de la elipsis. Y su torpeza determinará las lecturas. Como en los puntos y las comas de la escritura, las malas elipsis cambian el sentido de lo leído. Así de salvaje es la indefinición de la historieta. Pues su proceso de lectura es también táctil. Los ojos tocan, soban y acarician el papel, también son ciegos. Son las impresiones de página tras página, ese ir y venir de trazos…el mareo de estar en la historia, el sumergirse en ella y ser poseído.

Así pues, como al principio ¿qué clase de dibujar es éste que más parece el de un escaparatista de símbolos?

El dibujante de historietas dibuja sombras. Construye andamios de sombras. Es una sombra.

Nota- Es a la notable imperfección de nuestros sentidos a la que debemos la percepción de la maravilla. Esa su inconsistencia hace posible la fábula y el delirio. Incluso la “inteligencia” del ser humano puede que sea la excrecencia de dichas imperfecciones.

A Martín (que se ha muerto el pobre)

El primer grito desgarrado, a punto de amanecer, lo daba Martín; después se callaba, no decía nada.

Martín vivía en los huecos. El descarnado Martín era drogadicto, pero él no lo sabía. Poco sabía Martín, ni de él, ni de nadie.

-Oye Martín ¿has desayunado?.

-¿Cuándo?

Martín se levantaba anochecido para, por la senda segura de los bordillos municipales ir al Bar. Llegar y sentarse a la mesa, sin consumir.

-Oye Martín ¿has cenado?

-Cenar está bien.

Sentado espera los días que no entiende para embarcarse en La Virgen de Cocentaina. Allí, al relente del salitre puede que sueñe. En la ciudad no sabe hacerlo; lo marea, la ciudad le marea mucho.

-¿Hace un cigarrito Martín?

-Si pones el fuego…

Cuando le salieron esas costras a Martín, esas placas que le secaron púrpuras en la cara, no las vio.

-Oye Martín ¿no te pica eso de la cara?

-No tengo espejo, pero en el barco hay uno.

La mirada de Martín servía para mirarse. Un espejo de mercurio que te reflejaba. El manantial vacío donde la vista vislumbraba algo más allá del propio reflejo, como una medusa.

-Estás en los huesos Martín.

-Es que me distraigo.

La Virgen de Cocentaina pescaba el atún sin hacer puerto. Una vez repleto, descansaba una semana allá donde caía.

-¿Qué llevas ahí Martín?

-Tengo una serpiente de tres metros ¿sirve para algo?

-Puedo hacerle un cinturón a mi señora. Venga, abre ese saco con cuidado.

Quitando del fumar, no había visto otra cosa Martín que llamara su atención. La mirada de rumores del galápago no le atraía. El masticar extremo del camello, tampoco. Sólo una vez, los negros ojos de una mujer, aquellas rajas que parecían heridas, le habían atraído. Pero, ¿cómo llegar a ellas? Tan lejanas le parecieron; y él, tan poca cosa, que hizo por olvidarlas recostándose en el camastro a mirar el humo.

-Oye Martín ¿vais de putas ultramarinas?

-En Tánger hay una ciega que me ha enseñado el amor.

En Tánger es cuando Martín se pone su camisa blanca que guarda en una caja de zapatos. Sólo en Tánger llora un poquito Martín, y él no sabe por qué.

-¡Qué ganas tengo de llorar! Pero aún tardaré.

-Vamos Martín, toma una cerveza que te quiero ver alegre.

……………………….

La tarde en que murió Martín estábamos solos. Su cama crujía y una monja abombada le preguntó que si quería confesión.

-Déjelo, Sor, que ya me confesó una ciega. Y usted de esas cosas no entiende.

-Vete tú a saber- le dije al moribundo

Entonces fue cuando un inesperado Martín habló de forma distinta:

-Siempre me ha gustado la soledad. Y he cavilado una y otra vez cómo procurármela. Tú la encuentras rayando. Yo no he podido. Ni siquiera en la proa de La Virgen, qué ya es decir.

-Joder, Martín, no pareces tú.

-Es que me muero. Y quiero ver si la encuentro hablando.

-Pues, dale…

-No es cosa sencilla la soledad en un mundo medido a palmos, tasado y usufructuado al milímetro. Ni siquiera en el mar. No basta, pues, con estar solo, es necesario que nos dejen en paz. Se puede estar, quizá, unas horas, un buen rato o un tiempo prudencial; pero estar lo necesario es tarea de titanes. Alargar la soledad hasta convivir en ella, además de placer remoto es tarea sobrehumana.

– Ya lo sé. Yo dibujo porque me mareo en los barcos y en las rayas.

– Es lo mismo

– Pues, ya ves…

– Si.

Fue en el cementerio cuando el capitán me dijo:

–         Este Martín, sabe? , hablaba con las nécoras…en mi vida he visto nada igual.

(A tu salud, Martín, ahora que has muerto)

Viñeta, ilustración, elipsis…

La ilustración se cuenta a si misma, hacia adentro. La historieta, sus viñetas, cuentan a la precedente y a la siguiente, haciendo referencia a la totalidad de las viñetas. La solitaria viñeta se disuelve, cuenta hacia afuera, se desarrolla hacia adelante y hacia atrás, se mueve. Estatismo frente a velocidad. Un estatismo, el de la ilustración que acaso sea falso y se mueva en espiral.

Sin embargo no carece la historieta de introspección gráfica, de hecho es uno de sus elementos esenciales, y segrega narrativos datos en la capacidad dramática del trazo, del estilo, de la composición…Mas, a grosso modo, pudiéramos definir la diferencia entre una ilustración y una viñeta en el carácter centrífugo de esta y centrípeto de aquella. Divergir y converger.

Así, la viñeta que no se preocupa de su propio movimiento, que no lo explicita, tiende a lo ilustrativo y documental. A lo ensimismado (otro género entre los múltiples géneros en los que se mueve la historieta). Quienes dicen que los géneros han muerto simplemente hacen publicidad del género que preconizan. Pues sin unos códigos narrativos altamente definidos, se hace historieta experimental, vanguardista: de nuevo, otro género.

Abrir, hacer mover la narración, se consigue por medio de la sucesión de viñetas. Sucesión elíptica, en la que la duración de la elipsis se ejerce a voluntad. (Yo mismo, a veces, realizo historietas en las que se representa lo elíptico que no se muestra en una narración clásica)

La historieta, pues, no sólo muestra, sino que sugiere lo no mostrado. Es el lector quien reconstruye su tiempo, quien le da sentido. El dibujante de historietas lo sugiere y preconiza.

En cualquier secuencia existen momentos que la ejemplifican, tantos como otros que la reconstruyen. Escoger, así, el momento propicio para la elipsis es, efectivamente, otro de esos momentos cruciales en los que la historieta ejerce de tal. Propiciar la elipsis puede efectuarse de modo evidente, clásico, generalista. Como, también, hacerlo en el momento más inadecuado (espécimen nada desdeñable si la narración pretende otros ámbitos fuera del lugar común).

El lenguaje de lo masivo es el lugar común. Asunto que precisa de una técnica nada despreciable, modulando lugares comunes, clichés y lenguaje definido y entendible. Institucionaliza iconos, genera sublenguaje propio. Todo reconocimiento generalista, masivo, genera un género. Los géneros culminan su estereotipo y entran en senectud cuando ya sólo se refieren a si mismos. Cuando su ombligo ha sido definido.

Pero decíamos al comienzo que el lenguaje de la historieta es abierto, interpretativo, aún posibilitado de novedades narrativas.

La Caverna Gráfica

El recuerdo carnal del dibujar, su nostalgia, hace que el dibujante no pueda dejar de serlo. Placer con el añadido de una buena dosis de extrañeza. Buenos motivos para dibujar, una fiesta en suma.
Pero aún se nos presenta más. Pues es cierto que existe placer novedoso en sus cavernas. Por tanto hay que hacerlo salir… ¿hacerlo?…lo incorpóreo se hace a si mismo.
No es el placer de la técnica, ni el del dibujo anal y naif; ni siquiera el de la  sorpresa gráfica. Es algo, créanlo, biológico, ancestral e irrefrenable. Un placer que ocupa el dibujo. Lo ronda y lo toma. Todo lo cual se representa en el cuerpo, se materializa en la carne del propio dibujante. Entonces ¿en qué es carnal dicho placer? Simplemente, no diré más,  se produce cierta vibración a nivel gástrico y alrededores. El ser humano, no lo olvidemos, no es más que un tubo con una entrada y una salida, todo lo demás es adorno, poblados alrededores de fantásticas estructuras y sofisticadas alarmas. Mas nos puebla la necesidad y todo se aviene a ella.
Quien haya sentido la tierra de la otra orilla, su frenética alucinación, sabrá de lo arcano y secreto que atrapa al que se sumerge en la representación, en este caso a manos de un lápiz.
Así que esta noticia que doy de tal placer acaba aquí. Todo lo demás corresponde al mundo de los tesoros escondidos y hallazgos sorprendentes de la propia biología neuronal. A lo privado en suma ¿No es temeridad pretender amaestrarlo, oficiarlo?

Hacia la viñeta

En una historieta el proceso técnico del dibujar desarrolla su elemento narrativo. Las soluciones gráficas que se adopten para cada problema determinaran su estilo. Pues más acontece el estilo en la forma de narrar que en el mismo trazo. Hay trazos, maneras de dibujar, que no se corresponden con lo narrado (a veces un tratamiento gráfico no resulta ser el más adecuado con la narración que se pretende).

La coherencia entre lo narrado y la forma de hacerlo hacen que lo gráfico alcance su óptimo resultado convirtiéndose en elemento esencial del lenguaje historietístico.

Toda síntesis en una caricatura. Y cualquier representación gráfica es sintética: la adecuación de esta síntesis a lo narrado (a su forma textual y gráfica) es el dominio eficaz de un lenguaje. Y dentro de esto se dan las posibilidades narrativas de la historieta.

Cualquier elemento de una historieta es narrativo. Su función es esa: narrar. Desde la forma del mismo contorno de las viñetas se comienza a hacerlo. Efectuándose ya una gramática. Sintetizar por medio del estilo todos los elementos de una historieta significa la construcción de un lenguaje.

La página es su unidad. Sus viñetas están en función de las demás, y su pretensión es tanto narrar una historia como pergeñar  su dramatización y la carnalidad de lo narrado que construirá el lector.

Así, el cómo y el qué dibujar estará en función de las necesidades dramáticas de una escena, no en la ilustración por si misma. Ilustrar una narración simulando viñetas es dejar aparte, minusvalorar, el propio lenguaje de la historieta y sus posibilidades. Así, las viñetas tendentes más a ilustrar que a narrar abandonan con facilidad la tendencia dramática de toda viñeta para, de este modo, suspender la acción o connotar elementos. Siendo una solución puntual.

La viñeta, diríamos, ha nacido para narrar junto a otras como ella. La ilustración en la historieta, como elemento narrativo, ralentiza lo narrado, lo despoja de su característica dinámica. No sugiere, dictamina. Casi es un concepto moral.

Porque una viñeta es la fijación, no de la naturaleza de sus elementos, sino de su dinamismo dramático.

Dora, la mujer perro

Hay días en los que la tristeza invade a Dora. Se trata de esa tristeza que no mira. Y es cuando Dora se destiñe. Y cuando lo hace su piel se arruga. Enarca las cejas y las cejas le recuerdan que sufre…y le invade el miedo. Porque Dora es una mujer Perro. Con un hocico hambriento que quiere mirar con los ojos del perro. Y se entristece.

Dora está casada con un carnicero y tiene una hija que se llama Remedios. Dora mastica una galleta amparada tras la ventana de su habitación. Y a la vez que tritura, huele. Remedios mira a su madre con estupor de espejo. La observa a hurtadillas y sin lágrimas. Su marido la mira con deseo, un deseo procaz, de animal que suda. Dora en la luna llena y en camisón y en la noche y en las horas que no lo son. Sólo algún domingo siente Dora la felicidad que no lo es. Y satisfecha, llora. Un día quiso contarle a su hija que era una mujer perro ¿cómo anunciárselo? Remedios cuando niña vio un pájaro aplastado, turbio, gris y en la calzada.-Llora, Remedios- le dijo Dora. Pero Remedios no pudo.

Mientras la luna llena palpita sola Dora recorre los tejados, se introduce en las terrazas, desciende a los deslunados y acecha tras las ventanas mientras la noche enfría la vida ¿cómo decírselo? Porque cuando las palabras adquieren significado la vida cesa. Y Dora compra en un colmado. Y en la tienda de calzado rebusca entre los pares. Y en el estanco lame un sello. Y Carlitos ha desaparecido. Remedios, entonces, siente escalofríos y de reojo le grita a su madre lo impuro del tiempo, la delgadez de la vida y esa caricia que es la oscuridad.

Apacentando su sueño ¿cómo decírselo cuando las tejas se enfrían?.

Remedios despierta en la noche sin pesadilla. Con sus orejas. Cuando el esposo de Dora corta la carne lo hace firme, de un tajo, con su manguito de hierro. El cerdo es más económico que el cordero y éste que el buey. Quedan pocos bueyes. Con gusanos se consigue un buey. Dora mira al joven que come en otra ventana. Apenas ve sus cejas, tan finas, tan escasas, Sus dedos son torpes y el tenedor apenas se hunde en la grasa. ¿Mamá, qué es el olfato y porqué gritan en las habitaciones?

A veces sueño que te veo entrar por mi ventana. Jadeas en lo oscuro y después me acaricias ¿cómo decírtelo? Llora, Remedios, llora (no puedo – jadeo).

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Dora, la mujer perro – de la serie «Almacén de conocidos»

Clientelandia

Para un creador la autonomía de su trabajo le es fundamental. Pero, a su vez, su consecución lo excluye de los medios de producción. Ahora dominados por las nuevas formas de mecenazgo que, en gran medida, y cada vez de un modo más creciente, van tomando el relevo al tradicional mecenazgo del estado que, a su vez, lo tomó de la aristocracia en el momento en el que la burguesía y sus valores acabaron con ella. Unos valores estéticos, los de ésta, anclados en lo más profundo de un subconsciente hortera, antediluvial, abisal en su mal gusto. Modelado en lo moral.

Siendo el estado, hoy, una materialización de dicha burguesía mediante una clase política que guarda sus intereses y los protege. Diversos envoltorios para la misma cosa: la creación de estados de opinión.

Así, las burocracias culturales, los gremios y asociaciones, las empresas y corporaciones, ejercen su dominio sobre la producción cultural mediante la apropiación de los medios de producción, de difusión y de consagración y reconocimiento como premio a la fidelidad del artista. Cultura light que se apoya en la creación de un mercado cuya previa manipulación ha sido ejercida desde su financiación.

Las formas de dominio social en el campo cultural se ejercen mediante el mercado, ese proselitismo ejercido por unos media ya atomizados por los grupos de un poder político confundido sin ambages con la protección de la mercancía.

Y tras el panorama asoma el artista, ese osito de peluche ya domesticado en el clientelismo, ya adscrito a alguna moda, ya inmerso en el espejismo de una libertad de escaparate. Son tiempos en los que el creador, sumisamente, se adscribe a una pertenencia y ladra junto a su amo las excelencias de la mercancía. Un mundo en el que se nace ya cliente.

Los amores furtivos

Los Amores Furtivos

A don Pío no se le había visto andar con tantas prisas, ni tan veloz, ni tan sofocado ni tan nervioso y agitado.

Lo corriente y natural era verlo demorado frente al escaparate de una pastelería, por ejemplo, muy pensativo, estoico y romano frente a un merengue nevado de café. Idéntica actitud meditabunda afloraba en su rostro frente a otros escaparates, no todos, y escogidos: de lencería fina, o ante los muestrarios de los estudios fotográficos  que viven de las novias.

La distancia que separaba los varaderos visuales las cubría pasmosamente lento. Y con él, delante de él, siempre Caifás, su perrito indefinido, trotando animoso, curioseando, husmeando humedades y aguardando a su amo para, caracolero y juguetón, cubrir el trecho que los conduce al siguiente escaparate.

Perro y amo en continuo cabotaje, cuando el fin de la tarde los va conduciendo a puerto.

Pero hoy don Pío tropezaba torpe, rebasaba transeúntes y se cruzaba con ellos como una exhalación. O se trastabillaba en los bordillos romos, ya cansados de tanto automóvil con su agudo grito de goma.

La minuciosa ruta geográfica de los escaparates, ahora, era rebasada sin atención, desbordada. Jadeaba don Pío como un barco de vapor ajeno a los puertos.

¿Dónde se había metido Caifás? Eso quería saber don Pío, ese era su desasosiego sin rumbo y otro.

Que ensimismado sobre unas enagüitas finas y con volantes se le perdió de vista el can. Creyéndolo en la esquina, olisqueando un extraño chorretón seco. Desconcertado que andaba el perrito de nuevo aroma que no pertenecía a la barriada, inédito. Esa fue la última vez.

Lo llamó don Pío. Torció la esquina y allí sólo vio una tapia con unos gatos dormitando tiña.

Desandó sus pasos hacia el escaparate visto. Y aún desanduvo más. Nada tampoco, Caifás no aparecía. Y se vio corriendo por lo ya corrido mientras la tarde se despedía flotando.

Vecinos de todos los días lo observan en su ir y en su venir. En su pasar de nuevo y en su pasar de vuelta, en su retorno igual y repetido. Sin decirle nada, claro; que a don Pío nadie le dice, porque no contesta cansado de tanta burla repetida. Desde cuando los escaparates se le presentaban sinuosos y vivos como si le latieran anunciándole la vida.

Y, sin embargo, lo bueno pasa, las pujanzas se arrugan y ya sólo le queda la melancolía permanente y vaga; más económica.

Ya oscurece y no sabe qué hacer. Sería, piensa, la primera vez que Caifás regresa solo a casa. Camino reiterado, aprendido, pero a su vera siempre, porque es miedoso el chucho.

Acorta, pues, don Pío hacia su domicilio, por ver de llegar cuanto antes y atisbar al perro en la puerta, aguardándolo nervioso, quizá temblando. Y enfila pues la Calle Rancia, donde guardan los traperos lo mucho que tomaron: huesos de aceituna para los braseros; ropa vieja para la confección de papel basto  que aguarda al señor Keith Luger para abrillantarse; objetos orinados de nostalgia que se los llevará un camión rumbo al puerto para embarcarlos hacia nadie sabe qué alcobas… Al cruzarlas, al otro lado de las tapias, un perro guardián le ladra desde su almacén defendiendo la podredumbre.

Sale, al fin, a la Plaza de la Bomba, ya incendiada de farolas. En medio la fuente seca, y tras ella, repara, la corta cola de un Caifás asomando agitada. Don Pío se presenta allí, y ante el espectáculo se queda atónito. Viendo a un Caifás yaciendo a la suya, como haciendo que no le ha visto, sobre una perrita, montándola, muy mona, ensortijada de ricitos, lacito ocre de princesa entre sus gachas orejas esponjosas, y largas como guantes de paseo y unas pestañas que parecen caracolas.

Cuando Caifás se ve a don Pío, enarca sus cejas, pobladas cejas negras y azafranadas que refuerzan su mirada imploradora. Los ojos del perro miran brillantes, como pidiendo comprensión. Suplicándole espera.

Don Pío no sale de su asombro. Caifás le hace notar que está y permanece anudado a la perra, a la espera de poder desasirse del gozo. Le implora paciencia, como leyendo la última página de un capítulo tremendo. Y es entonces cuando la perrita ladra gutural y fina y de canutillo, como si ladrara desde muy lejos cantando una copla de fuego. Con ojos aún vacuos y acristalados de placer lo hace.

Don Pío, entonces, se aleja hacia el banco de la plaza para acomodar la espera. Sin explicarse aún la salida de Caifás interrumpiendo el paseo sagrado que ambos realizan indefectiblemente.

Desde allí, pensativo, mira al chucho, buscando la forma de reprenderlo, sin encontrarla…sintiendo una intempestiva felicidad que lo invade allí mismo, mientras lía y fuma un cigarrillo de hachís descansado sobre el glorioso banco.

La humedad nocturna, al cabo, los descorcha. La perrita, culo encogido, trota hacia una esquina y desaparece. Caifás, como escaldado, se va aproximando a don Pío, rabo pegado al culo, como encogiéndose de hombros por su desliz. Puede que sonriente al adivinar otra sonrisa en su amo.

Al llegar junto a don Pío se para frente a él, sumiso, aguardando instrucciones, como si fuera un prospecto su amo; sin osar sentarse y descansar, agotado el chucho. Después la mano de don Pío le acaricia la testuz y con la otra mano arroja la colilla consumida bajo el banco.

Se levanta y desaparecen ambos, rumbo al domicilio mutuo. Que ya hay hambre de cenar bajo la luna menguante de la noche puesta por la vida.

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Un poco de lectura para un verano que asoma. De la serie «Almacén de Conocidos»

Un trozo de muerte

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Esta noche un insecto no acaba de quemarse bajo el flexo de 100 watios. Sólo logra transitar en círculo: pues su extremidad caudal derecha ha quedado fulminada. Fue en un descuido. Mientras limpiaba unos pinceles en la terraza.

En su circular, agita sus largas antenas y mueve la cabeza de un lado para otro, queriendo explicarse en el espacio; sin saber que el espacio ya no abarca más allá de su mirada. Ahora es ciega. Sin embargo, despliega sus alas tiesas que cada vez son más pesadas por el calor que las tornó opacas. Mientras las frota desesperado, cae de bruces. Ignorante de una parálisis que afecta a ganglios autónomos.

Ahora sus cerebros diseminados y vivos se obstinan en la normalidad y cae desplomado. Su verde se fue ensuciando, plagándose de un ruido de grisáceo acabamiento que recuerda al musgo escondido. Desesperadamente se apoya sobre su abdomen, se yergue de puntillas simulando el vuelo. Sus desmesuradas antenas palpan su propio calor. Hace rato que lo alejé de la brasa. Y ahora descansa sobre una hoja de papel. Pero insiste sobre su eje en vértigos desesperados. Los bordes del papel lo calman en su apoyo, sólo un nuevo dolor le confirma que está vivo. Ya sólo mueve sus antenas, arqueándolas, como en las despedidas. Fallece poco a poco en el día simulado de los flexos. Va muriendo.

Rosebud Dog (una NG) (3D3)

Nuestra primera hazaña sería batir el record de viñetas diminutas y, así, salir en el Guinness, que eso aumenta ventas,. Pues me comprometo a insertar unas 6000 por página y en cada una de ellas la fachada del mismo edificio con su ventanita, ladrillos y demás detalles y asomado a ella un señor cuarentón y con bigote que durante, digamos 70 páginas, y sin moverse en absoluto, está dándole vueltas al día en que, siendo un niño, desapareció su perro sin motivo aparente, un perro mugriento y de mirada metafísica al que adoraba. Para no cansar mucho, el día y la noche pueden ir circulando al fondo del edificio cambiando colores y nubes en plan arrebato artístico. Finalmente, ese hombrecito vulgar abandonará la ventana para encontrarnos con su padre, ya viejo y catatónico sobre una silla de ruedas, anciano que ya depende enteramente del hijo. Que le da de comer (digamos 80 páginas más) Todo en una sinfonía de primeros planos de ambas caras, la cuchara, el tenedor, el cuchillo, el plato, la servilleta, una botella de Ketchup, aros de cebolla fritos, la deglución de los alimentos, la mirada de odio del padre, la mirada sumisa del hijo, una mosca que pasa etc…a continuación, y en la misma habitación, porque me da que la hemos dibujado aún demasiado poco (y ahora podrían venir unas 90 páginas, pues vamos en un in crescendo dramático y trascendental) un recorrido pormenorizado por la habitación haciendo hincapié en los retratos familiares sobre una espaciosa chimenea y en las paredes de la sala, en exhaustivo repaso a la vida de los protagonistas relatado en cartuchos, (pues ya va siendo hora de introducir lo literario, no sea que me contradiga), de la degradación familiar, primeros cumpleaños, la universidad, una madre represora, un padre manso y sumiso, la primera y única novia del ya jovencito, odios de suegra, el joven deja a su novia por enfermedad súbita de la madre (cuando le comenta que desea hacerla su esposa) para cuidarla, ahora ya impedida. A continuación nos dejamos ya de textos literarios para ir a por las 300 páginas finales, no sea que Micharmut nos salga con que la NG es literatura, pues con las 240 anteriores ya sumaremos un buen fajo de 540 páginas para que la cosa comience a tener aspecto de NG.

Y ya entrados en el estallido final de la NG nos dispondremos a regresar al hombrecito del bigote a la ventana de inicio, por si habíamos olvidado la efemérides del record, donde le dará vueltas a la desaparición de su impedida madre en extrañas circunstancias, que la narración dejará misteriosa para que al lector le arrebate el suspense, y aquí seremos condescendientes, y con 48 páginas nos daremos por satisfechos. Finalmente (252 páginas) nos trasladaremos a los tiempos en que el padre era operario en un matadero de reses en Wisconsin, allí, minuciosamente veremos todo el proceso del sacrificio vacuno, desde su muerte por medio de una pistola eléctrica aplicada a sus nucas, hasta su despiece y envasado final, curiosamente con la efigie de aquella su novia como logotipo, un detalle lisérgico que tiene su público, todo ello en medias páginas: las superiores en azules y morados de no menos de 40 viñetas. Para dibujar en la media página inferior con, ahora 60 viñetas, pues la NG es apaisada, y así la NG va deshaciendo cánones de formato y dando lugar en los blogs a apasionadas discusiones en las que el señor Pepo será uno de sus principales protagonistas, por no decir el principal, decía, a la reconstrucción de un despiece de la madre impedida a manos de nuestro maduro protagonista con bigote, que aprendió el oficio de niño cuando su padre lo depositaba en la guarderia del matadero. Aquí, en la media doble tira de abajo, marrones intensos y sus variadas gamas, y algún dorado y plata, para qué privarnos si lo publica Fantagraphics. Concluyendo, pues, y viendo ya claramente que, en esas comidas del padre catatónico, va ingiriendo a su esposa con detalle. Para ello las últimas 52 páginas serán un paseo por el sótano del edificio donde, no menos de 70 filas de frigoríficos, todos de la marca Westinghouse en hileras, que contendrán los restos maternos, numerados y fechados, en bolsitas, siendo la última la de su dentadura y las antepenúltimas sus senos. Y ya viene el final de la NG, pues la dentadura se la colocará finalmente a su padre y entonces, éste, dirá una última y sóla frase : 1ª posibilidad “Hecho de menos a tu madre Fred” (version para el Fnac) o 2ª posibilidad “Tu antigua novia se ha casado esta mañana con Walty Murray al que le regalé tu asqueroso chucho” (Tiendas especializadas) y 3ª posibilidad  – organizar un concurso en el que el mayor postor, algún millonario, escoja la frase. 540 Páginas + 48 de adornos variados y créditos +Portadas y portadillas. 80 Euros. (Supermercado y ascenso a la cúspide de la NG, museo y tesinas (y hasta una cita de 4 segundos en el telediario nocturno)