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Durante el periodo 1992-1994, tres años intensos en los que me levantaba una hora antes del amanecer (todo comenzó porque quería tomar café a esas horas), cosa que no había hecho desde hacía diez años como mínimo, pues siempre había trabajado desde la medianoche hasta que despuntara el día, me dio por realizar una experiencia que consideraba necesaria. La cosa consistía en dibujar una historieta, una tira…cada día y desde la limpieza de una mente recién desayunada. Mi intención era experimentar de alguna forma el hacer de los viejos maestros, es decir, trabajar a destajo, como si lo hiciera para un semanario o un diario. La historieta, también, tenía que estar acabada en pocas horas. Luego proseguía mi trabajo habitual.
Mi intención fue sumergirme en el marasmo de la necesidad y comprobar el comportamiento de la mente del dibujante ante la página en blanco. Es decir: inmediatez, ausencia de presupuestos, despejada mente que debería sumergirse en el placer del rayar. Dejar que los guiones los hiciera el dibujar y la neuronas sin ataduras bebiendo de sus arcanos. Más tarde, al intentar publicar el trabajo realizado, los editores no me apedrearon de milagro. Así que aquellos cuadernos pasaron al limbo de los armarios y la vida siguió su imperturbable curso. Al menos, pensé, había logrado degustar un maravilloso café mañanero.
Al comenzar este blog intenté rescatar aquellos dibujos pero, hasta hace unos meses, no lograba encontrarlos. Y así, un día, aparecieron en el lugar más inesperado: el porche del Cabanyal donde, allá a finales de los sesenta comencé a dibujar. Con este material y viejos rescates olvidados aquí tiene el lector esta segunda época de la Biblioteca Mosca. Minúsculos espasmos del placer de dibujar por dibujar, es decir: el paraíso… aún sin el civilizado pecado que es el argumento.