Archivo mensual: junio 2011

Edgar Neville – Mi Calle

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En septiembre del 2000 se inauguró la exposición “Cinema de Paper” en la que124 dibujantes, más o menos, recrearon un cartel cinematográfico escogiendo un film del cine Español. Por mi parte dibujé el de una película de Edgar Neville: “Mi Calle” (1960) precisamente la última que rodó el gran maestro. El film se estrenó con escaso éxito de público y crítica. Sin embargo la película es bastante buena.

El cartel, finalmente resultó el que acaba de ver el lector. Aunque en primera intención su composición era otra. Y fue así, debido a que no hubo forma de recrear un cartel ya “arrugado”. Que quedó inservible tras muchas manipulaciones. Finalmente lo recompuse y lo “arrugué” a mano, es decir, a la brava. Aunque tras su entrega para la exposición debieron creer que había sufrido durante el transporte y resultó expuesto en un impoluto planchado. Cosas de la estética institucional.

Así pues sobraron algunos bocetos que dejo aquí posteados.

NOTA: el mejor cartel de la exposición fue, curiosamente, el de «El Abuelito» que carteleó el film de Rafael Gil «La Guerra de Dios» en una de sus breves incursiones en el Fine Art.

Los amores furtivos

Los Amores Furtivos

A don Pío no se le había visto andar con tantas prisas, ni tan veloz, ni tan sofocado ni tan nervioso y agitado.

Lo corriente y natural era verlo demorado frente al escaparate de una pastelería, por ejemplo, muy pensativo, estoico y romano frente a un merengue nevado de café. Idéntica actitud meditabunda afloraba en su rostro frente a otros escaparates, no todos, y escogidos: de lencería fina, o ante los muestrarios de los estudios fotográficos  que viven de las novias.

La distancia que separaba los varaderos visuales las cubría pasmosamente lento. Y con él, delante de él, siempre Caifás, su perrito indefinido, trotando animoso, curioseando, husmeando humedades y aguardando a su amo para, caracolero y juguetón, cubrir el trecho que los conduce al siguiente escaparate.

Perro y amo en continuo cabotaje, cuando el fin de la tarde los va conduciendo a puerto.

Pero hoy don Pío tropezaba torpe, rebasaba transeúntes y se cruzaba con ellos como una exhalación. O se trastabillaba en los bordillos romos, ya cansados de tanto automóvil con su agudo grito de goma.

La minuciosa ruta geográfica de los escaparates, ahora, era rebasada sin atención, desbordada. Jadeaba don Pío como un barco de vapor ajeno a los puertos.

¿Dónde se había metido Caifás? Eso quería saber don Pío, ese era su desasosiego sin rumbo y otro.

Que ensimismado sobre unas enagüitas finas y con volantes se le perdió de vista el can. Creyéndolo en la esquina, olisqueando un extraño chorretón seco. Desconcertado que andaba el perrito de nuevo aroma que no pertenecía a la barriada, inédito. Esa fue la última vez.

Lo llamó don Pío. Torció la esquina y allí sólo vio una tapia con unos gatos dormitando tiña.

Desandó sus pasos hacia el escaparate visto. Y aún desanduvo más. Nada tampoco, Caifás no aparecía. Y se vio corriendo por lo ya corrido mientras la tarde se despedía flotando.

Vecinos de todos los días lo observan en su ir y en su venir. En su pasar de nuevo y en su pasar de vuelta, en su retorno igual y repetido. Sin decirle nada, claro; que a don Pío nadie le dice, porque no contesta cansado de tanta burla repetida. Desde cuando los escaparates se le presentaban sinuosos y vivos como si le latieran anunciándole la vida.

Y, sin embargo, lo bueno pasa, las pujanzas se arrugan y ya sólo le queda la melancolía permanente y vaga; más económica.

Ya oscurece y no sabe qué hacer. Sería, piensa, la primera vez que Caifás regresa solo a casa. Camino reiterado, aprendido, pero a su vera siempre, porque es miedoso el chucho.

Acorta, pues, don Pío hacia su domicilio, por ver de llegar cuanto antes y atisbar al perro en la puerta, aguardándolo nervioso, quizá temblando. Y enfila pues la Calle Rancia, donde guardan los traperos lo mucho que tomaron: huesos de aceituna para los braseros; ropa vieja para la confección de papel basto  que aguarda al señor Keith Luger para abrillantarse; objetos orinados de nostalgia que se los llevará un camión rumbo al puerto para embarcarlos hacia nadie sabe qué alcobas… Al cruzarlas, al otro lado de las tapias, un perro guardián le ladra desde su almacén defendiendo la podredumbre.

Sale, al fin, a la Plaza de la Bomba, ya incendiada de farolas. En medio la fuente seca, y tras ella, repara, la corta cola de un Caifás asomando agitada. Don Pío se presenta allí, y ante el espectáculo se queda atónito. Viendo a un Caifás yaciendo a la suya, como haciendo que no le ha visto, sobre una perrita, montándola, muy mona, ensortijada de ricitos, lacito ocre de princesa entre sus gachas orejas esponjosas, y largas como guantes de paseo y unas pestañas que parecen caracolas.

Cuando Caifás se ve a don Pío, enarca sus cejas, pobladas cejas negras y azafranadas que refuerzan su mirada imploradora. Los ojos del perro miran brillantes, como pidiendo comprensión. Suplicándole espera.

Don Pío no sale de su asombro. Caifás le hace notar que está y permanece anudado a la perra, a la espera de poder desasirse del gozo. Le implora paciencia, como leyendo la última página de un capítulo tremendo. Y es entonces cuando la perrita ladra gutural y fina y de canutillo, como si ladrara desde muy lejos cantando una copla de fuego. Con ojos aún vacuos y acristalados de placer lo hace.

Don Pío, entonces, se aleja hacia el banco de la plaza para acomodar la espera. Sin explicarse aún la salida de Caifás interrumpiendo el paseo sagrado que ambos realizan indefectiblemente.

Desde allí, pensativo, mira al chucho, buscando la forma de reprenderlo, sin encontrarla…sintiendo una intempestiva felicidad que lo invade allí mismo, mientras lía y fuma un cigarrillo de hachís descansado sobre el glorioso banco.

La humedad nocturna, al cabo, los descorcha. La perrita, culo encogido, trota hacia una esquina y desaparece. Caifás, como escaldado, se va aproximando a don Pío, rabo pegado al culo, como encogiéndose de hombros por su desliz. Puede que sonriente al adivinar otra sonrisa en su amo.

Al llegar junto a don Pío se para frente a él, sumiso, aguardando instrucciones, como si fuera un prospecto su amo; sin osar sentarse y descansar, agotado el chucho. Después la mano de don Pío le acaricia la testuz y con la otra mano arroja la colilla consumida bajo el banco.

Se levanta y desaparecen ambos, rumbo al domicilio mutuo. Que ya hay hambre de cenar bajo la luna menguante de la noche puesta por la vida.

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Un poco de lectura para un verano que asoma. De la serie «Almacén de Conocidos»

OFF

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Koniek Island # 1. Una serie de tebeos de la «Compañía Sintética de Insectos Actores». La actuación se dividía en tres apartados (Off, Show, On) alterando su orden en cada representación. Estranado el 18 de junio de 2011 en la «Galería de Perturbados» de Vldmir Zevra. Un paseo por la muerte como espectáculo. KIslandNº#1:OFF.

10 Pictografías para K

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10 veces diciendo sólo para moscas.

Y aquí se dice 92 veces

24 Horas (más)

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…en cuanto razonamos perseguimos el error, ansiamos lo concreto, elucubramos respuestas…cuando razonamos el tiempo se para, y lo hacemos porque el miedo que nos atosiga está a punto de vencer y ya somos rehén. Por esos andurriales andaba cuando los bocetos para 24 Horas se acumulaban como exorcismos contra la razón…una maleta llena de apuntes, un muro de dibujos para no dibujar…al editor se lo dije: quiero dibujar como un condenado para no publicarlo…te regalo la maleta. Pero no quiso y se publicó…los siguientes dos años dejé de dibujar…y, sin embargo, fue la evidencia de aquella maleta la que me animó a seguir dibujando. De esa manera fue como le di una patada a la razón.

El lector ha podido ver: 1- Dibujo para la portada del álbum. 2 y 3- Invitación para la presentación, a la que fui pero nadie me vio. 4 a 8- bocetos. Y, por si desea ver más bocetos puede pinchar aquí.

Dibujando una viñeta

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…nos preguntaba el joven Narcis Roman cómo se dibujaba una viñeta. Y no conseguíamos hacerle entender que hasta llegar a ella sucedía toda una vida. Le decíamos que, mucho antes, deberían estar todas ellas en su mente, que una viñeta no era nada, sino una consecuencia de las demás, y éstas de ella…pero no quería hacernos caso…quería una viñeta, sólo una. Así que lo engañamos dándole una, la “viñeta”. Y se fue tan conteto.

13Rue Babilonia nº 19 «Dibujando una viñeta». Un tebeo para rascarse la coronilla.

Espora nº 4 y El bosque de la Princesa ciega

Espora nº 4

El bosque de la Princesa ciega

Carteles Sala A nºs 17 y 18 de 20. El primero, también conocido como Blue Fruit+La Estrella Polar (de la sección «Los bebedores de plantas»). El segundo está dedicado a Inés J, que ha tenido la inmensa suerte de que su esposo haya muerto macerado en dolor.

La representación se disuelve

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Los objetos, como las nubes que pasan, se disuelven en el espacio. Se relacionan hasta tal punto con su entorno que, sin él, dejan de ser. Luz, posición, relaciones simbólicas entre unos y otros, los hacen organismos cuya representación engendra un melodrama, un movimiento y acción enmascarado tras su fijeza. Todo se mueve, vibra y brilla. Hasta lo muerto y pétreo, porque dice.

La reproducción de un objeto aporta tal cúmulo de información al lector que excede siempre las intenciones del dibujante. Y, a la vez, el múltiple lector desentraña tantas lecturas como sus experiencias en lo visual interpreta. De tal forma que el acto creativo excede al autor y a sus lectores casuales reservándose renacimientos, metamorfosis que lo multiplican en su significación hasta el delirio. Pues la representación es cúmulo de metáforas. Y así, la breve vida de las convenciones icónicas deviene arqueología que el tiempo muda en arcano, en abstracción y símbolo que, de nuevo, se metamorfosea dejando de significar más allá de la convención que pende del breve hilo de su hoy. En pocas palabras, no podemos dar un paso más allá de las metáforas, fuera de ellas los significados son disueltos.

Los objetos, las cosas, nunca terminan de ser dichas ni se acaban de decir. Lo que no deja de ser tremendamente hermoso.