
El recuerdo carnal del dibujar, su nostalgia, hace que el dibujante no pueda dejar de serlo. Placer con el añadido de una buena dosis de extrañeza. Buenos motivos para dibujar, una fiesta en suma.
Pero aún se nos presenta más. Pues es cierto que existe placer novedoso en sus cavernas. Por tanto hay que hacerlo salir… ¿hacerlo?…lo incorpóreo se hace a si mismo.
No es el placer de la técnica, ni el del dibujo anal y naif; ni siquiera el de la sorpresa gráfica. Es algo, créanlo, biológico, ancestral e irrefrenable. Un placer que ocupa el dibujo. Lo ronda y lo toma. Todo lo cual se representa en el cuerpo, se materializa en la carne del propio dibujante. Entonces ¿en qué es carnal dicho placer? Simplemente, no diré más, se produce cierta vibración a nivel gástrico y alrededores. El ser humano, no lo olvidemos, no es más que un tubo con una entrada y una salida, todo lo demás es adorno, poblados alrededores de fantásticas estructuras y sofisticadas alarmas. Mas nos puebla la necesidad y todo se aviene a ella.
Quien haya sentido la tierra de la otra orilla, su frenética alucinación, sabrá de lo arcano y secreto que atrapa al que se sumerge en la representación, en este caso a manos de un lápiz.
Así que esta noticia que doy de tal placer acaba aquí. Todo lo demás corresponde al mundo de los tesoros escondidos y hallazgos sorprendentes de la propia biología neuronal. A lo privado en suma ¿No es temeridad pretender amaestrarlo, oficiarlo?
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