Nuestro cerebro es ceremonial. Y el excipiente que hace que una neurona se ponga en contacto con otra es, eso, La Ceremonia…ya convertida en hábito químico, en el abc que conforma el acto del pensar, su medir.
Si el primer lenguaje que se da es la imitación de lo externo, el camuflaje en los signos, será la ceremonia la que les dé sentido, universalizando, mitificando su comprensión. Ya que el recuerdo es una metáfora bienintencionada. Nada recordamos cabalmente, todo está suscrito desde el hoy.
De la barroca amalgama de ceremonias, de su inicial, colosal estupor, de entre su maraña; sus pautas de lenguaje son meridianas, sencillas, aunque una y otra vez camuflen su manifestación: provocar lo dramático del náufrago del signo, del privado y excluido de la emoción que representa el lenguaje.
La ceremonia es un aceptar la pauta. Un acto de fe en lo que no sucede. La creencia en lo que sucederá en un presente imaginario. La tribu.
Así, el mismo lenguaje es ceremonia, tantra y jaculatoria hacia lo externo, un lloro desde el desierto del yo, que nunca acertó a encontrar su lenguaje propio ahogado en la ajena ceremonia.