Archivo mensual: julio 2010

vacaciones

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La redacción emprende las vacaciones y esta tercera temporada llega a su fin…nuestra directora, la señorita Samsa, parte hacia los intrincados meandros del desierto metafísico…el dibujante, micharmut, se perderá en el condado de Snow White…y por mi parte, atendiendo a la invitación del señor Vldmir Zevra, seguiré sus actuaciones por el viejo Arizona…después, la cuarta temporada les aguardará aquí mismo…saludos.

Storm, el Leporino

Storm, el Leporino

El Saloon era un cuchitril infecto a la entrada de Wichita. Allí, la suciedad rezumaba por todas sus paredes como resinosa roña, fétida. Abombándose, ahuecándose en cada esquina en formaciones de mugre a modo de nidos que asemejaban paleomodernista adorno resaltado por la oscuridad. Quizá ángeles entre hojarasca y lodo.

Cleofás Mungo, el dueño del antro, miró de reojo al forastero que, todavía junto a los batientes, admiraba el panorama aún incrédulo, con una especie de mueca a modo de sonrisa, inmóvil y empastada en la fisura de sus labios. Aquella deforme reacción, pues Storm no llegaba a más en sus alegrías, había sido coronada por el cartelito que colgaba empinándose sobre la barra rezando desconchado: “Saloon El Paraíso”.

El impecable atuendo de Storm, sin llegar a la payasada que en el Este decían vestimenta, sin saber por qué, alarmó a Cleofás. Habituado como estaba al pringado inmundo que frecuentaba el local moteado en lamparones, humores y otros líquidos orgánicos de gozosa prontitud.

Un par de Colts asomaban desde los impolutos faldones de la chaqueta del forastero. Su posición denotaba que, en un santiamén, escaparían a tomar el aire al menor deseo de su dueño.

–          Whimskym – susurró Storm una vez llegado a la barra.

–          ¿Desea…? – preguntó Mungo desconcertado.

–          Whimskym…y del buenom – repitió Storm mientras daba un repaso con estática mirada a los parroquianos – …no mem imaginabam asim el paraisom.

El dueño, al oír al recién llegado, no pudo reprimir una risotada tan espontánea y en descontrol, que salpicó al forastero con el ímpetu de su saliva.

Storm, demudado, marmóreo, sólo rota su inmovilidad por un pañuelo de fantasía que enjugaba su mejilla, miró con fijeza al barman. Y Cleofás Mungo pudo contemplar ante sus ojos el suficiente abismo que se atisba en una tumba. Y se tornó lívido.

Temblando, obnubilado como el pajarito ante la nocturna linterna, Cleofás logró decir:

–          Dis…disculpem…ha sido sin intencióm…digo, inten…cielos!

Siempre se da uno cuenta de sus torpezas cuando ya es demasiado tarde. Digamos que una fracción de segundo antes de morir.

–          Cochinom puercom…

Esto último, que susurró Storm, ya no lo pudo escuchar el barman.

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Lecturas para el verano. 3 Westerns. Por Silver Samsa.

Los Equilibristas Cartográficos

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Ensayo mensual de los Equilibristas Cartográficos. Del «Atlas para Equilibristas» un paseo por la cartografía política. Un avance de la 4ª temporada de Sólo para Moscas.

Manada macabra

Manada Macabra

El mejunje que les servía el viejo Oldie no era otra cosa que una repugnante bazofia de color amoratado y hedor nauseabundo, más parecida a una herida coagulada que al sustento sin pretensiones que se acostumbraba en el rancho. De eso hacía ya varias semanas.

Días antes, una desesperada cuadrilla de muchachos, al amparo de la noche, habían sacrificado una de las reses para acabar asándola en una cañada oculta y devorarla en el más absoluto de los silencios. Los cuatro vaqueros acabaron con el animal esa misma noche. Pero, asimismo, también acabaron colgados de un árbol cuando Latimer Morkoff averiguó lo sucedido. Lo hizo a la vista de todos los muchachos. Como escarmiento, pensó, sería lo más ejemplar.

A partir de aquel día el capataz Latimer Morkoff dejó claro el asunto.

– Estáis en vuestro perfecto derecho de largaros. El que lo desee puede hacerlo. Pero ya firmasteis vuestro contrato. Y el que sepa leer de entre todos vosotros podrá comunicarle a los demás que el abandono implica la condonación de la paga. Así que mister Finch no os debe nada si vuestro deseo es ése. En cuanto a las reses, la falta de cada una de ellas se os descontará a cada uno de vosotros. Una sóla vaca desaparecida significa el descuento de una res por barba. Así que, atentos…no sea que al final del viaje vuestra deuda con el señor Finch os deje baldados.

Por eso el viejo Oldie se limitaba a servirles en las comidas las reses que caían despanzurradas y enfermas. Y no debía ser ninguna tontería aquella ponzoña que iba diezmando el ganado, cuando ya algunos vaqueros habían enfermado y muerto por el camino.

Mas fue Nuschen, el pelirrojo, el que descubrió en su plato la yema del dedo de uno de los muchachos muertos. No cabía duda, eran los restos del mexicano. Su tatuada uña, aquella águila diminuta rasgando un guitarrón, que flotaba, como un alegre náufrago en el plato del sueco.

Nuschen vomitó sobre sus pantalones de cowboy. Se estaban zampando los restos de sus compañeros.

– Le debes a mister Finch unos pantalones – le advirtió a Nuschen el capataz.

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Lecturas para el verano. 3 Westerns. Por Silver Samsa.

13Martes – cosas que traen mala suerte

¡Muérete, y verás!

¡Muérete, y verás!

Por un instante leve quedó prendido en el aire. Como si quisiera ausentarse de lo que le iba sucediendo. Pero era inútil. Completamente inútil.

En cuanto se le nubló la vista, dejó de pensar. Aunque tampoco lo hacía muy a menudo. Y como un zapato viejo, su cerebro se vació de contenido. Luego se desplomó. Y entre los meandros de su sesera comenzaron a fluir hilillos de sangre; al cabo, a espasmódicos borbotones que lo anegaron. Más tarde se amansó la cosa. Y Fredric Moss ocupó su lugar en la cofradía de los cadáveres. Ya no era el tal Moss. Si es que eso tuvo alguna vez la menor importancia. Había dejado de ser. Si acaso se prolongaría como una inscripción, su nombre y poco más, en lápida barata. Tras eso, el Tiempo, ese su paso, que lo convertiría en nada. Ni siquiera en recuerdo. Quién iba a tomarse la molestia de hacerlo?

Ni siquiera un maldito recuerdo dejaría Fredric Moss. Tampoco su asesino repararía en él, confundido, tergiversado entre su montón de muertos que lo confundirían. Ni siquiera en esa mezcolanza lúgubre reposaría el recuerdo de Moss.

Lo último que alcanzó Fredric Moss a pensar, fue en el escaparate de un comercio que vio en Tucson, una exhibición de pasteles perfectamente alineados. No en los dulces en particular, sino en aquella su simetría que, entonces se dio cuenta, silueteaban el busto de una mujer. Sus pechos y una cara adorable.

Y murió así, lanzado hacia los merengues. Confiado en un más allá dulce y placentero.

Fue cuando Kimball Grounge enfundó su colt aún humeante y contempló el cuerpo yaciente de Moss. Preguntó, a su lado, a un barman atónito:

– ¿Cómo se llamaba el tipo?

El barman frunció el ceño. Multitud de arrugas constituyeron sus pensamientos. No sabía hacerlo de otra forma.

– Tan sólo era un borracho.

– Eso no es un nombre – esputó Kimball.

– Pues era su nombre – Sentenció el Barman.

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Lecturas para el verano. 3 Westerns. Por Silver Samsa.

24 Retratos

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…gente de bar (el cabanyal, años setenta)