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Hay quien antes de dormir reza sus oraciones y hay quien tiene la costumbre de dibujar-escribir un rato antes de sumirse en la modorra. Allá por los ochenta buscaba una fórmula que me permitiera almacenar las ocurrencias que me venían al pensamiento pues, ya desde la infancia, todo se me iba olvidando sepultado por la enorme cantidad de inutilidades que a lo largo del día me apedreaban. Así nacieron una especie de diarios en los que dejar huella de tales evanescencias. Pronto comprendí que en realidad todo aquello no era otra cosa que brotes de ideas, tiestos de querencias o psicoanálisis de libreta que me procuraban guiones. Con el tiempo fui puliendo tan extravagante método de trabajo y rellenando dietarios en los que, a modo de mantra, hacía correr las acequias de mis pensamientos. Siempre procurando que, en cuanto formaran pantanales, charcas o aglomerados lodos valía la pena trabajar sobre ellos.
Aquí tiene el lector una muestra de tales desvaríos.