Archivo de la categoría: Souvenir de los Infiernos

Souvenir de los Infiernos (y12) esto es el fín

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Sabía usted, y preguntaba la revista (semanario), que un segundo atascado, en lo interminable, en el relente, dio la vuelta mirándose su cola?

De los felices días anteriores conserva el recuerdo su mermelada. Mas, ya no habrán segundos en adelante que el universo vomite, encarnando un transcurrir nacido del rozar.

Ciudad. Abigarrado pasar de muertos, rumor sencillo del grito. Televisiones de albañal y alegría. Macetas, luz y sol. El futuro resultó ser una rata escondida, una enfermedad posible, a veces deseada, una infección buscada. Una mirada de volcán y, sin embargo, quieta. Invernada en nostalgia, ecuánime y de candente lava, alejada. Sentida, mas alejada y distante.

El descanso engolfa el estómago, todo es inmenso y sin recodos, la llanura de los días, la cueva a la intemperie inexistente de las horas. Lápidas. Se sabe que incluso la mentira lo es. Y, aún así, me despeñaron de los infiernos. Esto es el fín.

Souvenir de los Infiernos (11) la única mirada

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La contextura de la lluvia había cambiado paulatinamente. Sus gotas se alegañaron, pellizcándose en seudópodos ciegos que sólo buscaban tensiones superficiales, o un sentirse atraídas por otra proximidad en la que suspenderse. El espacio entre las gotas (que poco antes las albergaba) se veteaba en cintas de opacidad blanca, embastándose en un gris que aparecía crudo. La densidad de la lluvia se alteraba, y el agua, cayendo a legajos, manchaba de incendio.

Sentado en la terraza del Café Neptuno, a la hora del aperitivo, el hombre que se mira pide un café con leche. Allí mismo se lo mezclaba el camarero, en la mesita de mármol con patas de hierro. En medicina de malformaciones lo que tenía aquel hombre era impensable. Sus ojos al revés, le miraban como quien lee de continuo. Sus ojos al revés le miraban con suspiros. Se miraba a si mismo en la cruel evidencia del tiempo que no es. Con mirada de reloj. Nadie como él se conocía ¿es la tiniebla otro foco de luz que ciega? Se preguntaba dejando que la lluvia bañara sus párpados de domicilio, ciego de ver.

Souvenir de los Infiernos (10) la muerte vuela

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Tibio sol en los infiernos. Placidez fría y quieta. Sombras fijas, desdibujadas, de las columnas blancas del paseo. Tristeza al fondo, que acaba en un cementerio quieto, casi un solar habitado por los muertos todos. Tres cajas de madera amontonadas de cualquier modo: de frutas y de verdura, en el campo adyacente al cementerio. Verjas de hierro colado, miniadas y de verde pintadas, grumos crema. Nichos desconchados de intemperies. Otros: pared de ladrillo defectuoso: picado, manchado, desmochado en sus vértices. Sol tibio en la frontera de las tapias. Hierbajos al pie. Al fondo una acequia: zapatillas rotas, medio melón y los restos de un puro. Reviene el grito lejano de la terraza de fumadores. Ésta es la Plaza Mayor posible en las ciudades. Una única calle en espiral partiendo de lo muerto. A las afueras los desiertos restaurantes, las desiertas salas de masaje de un fervor que acaba en la escombrera de las cosas. Cuando la nube es la única semana deseada. Pincha, pincha…

Souvenir de los Infiernos (9) En las rayas de la mano

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…invento de él es el destino, un formidable narcótico hacia la mansedumbre. Las manos son los días y las caminatas son la única distracción en los infiernos. Se paga al contado. Cuando sonó la bocina y los electrodomésticos silbaron por los circuitos de poliuretano, los binarios espejos emitieron melodías de cálido sonido a plasticolor.

Era agradable al oído, por aquel entonces apenas un pedúnculo que asemejaba una excrecencia. Rudyard Kipling me tomó del brazo señalándome el pedregoso desierto que ante mi tenía – No debí escribir ni una línea- me dijo. Los tilos humedecían su hojarasca lanzando la lluvia en suaves pendientes y en las rayas de la mano me contaron mis días como quien ha estado allí. Después nos sirvieron un flan y unas moras, pues los indecisos están en el cielo. Algunos bostezan con la mirada y otros se fotografían, por ver su mano asida por los fantasmas. Qué tonto eres Ramón.

Souvenir de los Infiernos (8) Toperware Hospital

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Ajenos al cuerpo, confundido con la apariencia, se revela al fin en dos tipos de camuflaje. El uno, en su hastió hacia la materia; el otro como defensa contra la estupidez. Vaciados de todo, culebreando entre los signos, que se alejan, ajenos, de lo que ya no fuimos, se acaba en un hospital.

Allí se reproduce de nuevo un mundo en microcosmos de pulcritud fotocopial. La apariencia nos roba de nosotros, nos aleja…y sólo la química nos recuerda aquello que sólo fuimos un instante. Después, la nada, el carnet de identidad… los fiambres: el paté, el chorizo, la mortadela, el lomo adobado, la sobrasada, el salchichón, el fuet, el morcón, el choped ancestral…y en todas las demás cosas en las que nos deseamos convertir para, de nuevo, sentir…y el miedo, chutándonos romanticismo.

Souvenir de los Infiernos (7) mira un agujero

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Acariciaba, aquella tarde igual, el vello y muslo. Leía el morse jalonado de sus pozos con mis dedos de impaciencia. Leía su voz de cera, en soplos de enredado pelo, en cilios como broza peinados de senda. Leía la sílaba en mi torpeza, releída, de su cuerpo. Llegando a la poblada selva que ya no era caricia en el deseo.

Velaba su agujero escondida ala de insecto. Iluminado en sombras de pestañas, en párpados abiertos como rayas. De sus ojos, profundo blanco, huesos de semilla se partían. Cerró sus labios en palpitada vulva sobre el naranja afrutado de mi dedo. Fue el ademán, el parpadeo preñado, su redondez azulada, su muda señal para el abismo.

Souvenir de los Infiernos (6) una mañana en el juicio final

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Castigado en el infierno te mandan al cielo toda la mañana. Sus rectilíneas calles de razonada geometría acaban aburriendo. Y ese resplandor, vacuo, de los feligreses que lo habitan es lisa cartulina inmaculada. También está el fulgor, ese resplandor, destello o brillo que añora las tinieblas. Y todos te saludan con su ráfaga dental. Y todos se lamentan de lo lóbrego en tu sombra.

Así, sumido en el tedio, acabas yendo al Juicio Final, a una de sus gradas gallinero, por ver de pasar el rato. Viendo como el funambulista atraviesa la maroma y en el desliz se precipita en su eterno fuego. Donde se abrasa junto al aleteo angelical que suena a aplauso.

Pude ver que el innombrable no era tuerto como en el dinero. Que el izquierdo fuma picadura y se ríe de los mansos. Espectáculo romano, soez y tal, como todas las cosas de allí.

Souvenir de los Infiernos (5) la sonrisa artificial

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El confeti de los días a veces da unas manchas de colores. Después suena la música. Explosiones de tomate en polvo; el troceado canto de bocina de un pato cazado en el paraíso; un espaguetti de moscas formando palmeritas que se deshacen; una carcasa de arañas que tiznan de hollín la punta de la nariz…Y, cuando acaba, todo es lunes.

Es el silencio en el infierno mudo. Un callado rumor es el silencio. Y, allá a lo lejos?, parece asomarse y darnos fiesta. Como un cohete, ahora, se acerca.

Conocen más mis suelas las aceras que yo el cielo de nube puesto. Tic tac, es el termómetro arterial a esa otra sangre trasplantado. Si te miras bien te ves allá a lo lejos. Y como un cohete te alejas. Una semana son siete días, ese es el infierno…¿Dónde crecen las semanas?

Souvenir de los Infiernos (4) la sonrisa horizontal

Mientras dormía en los infiernos, en las mazmorras de la mente goteaba el grifo. Y cuando  prestaba atención a su sonido llegaba un despertar borracho y sin facciones. Mi boca volvíase trompa, segregando un líquido azucarado que redibujaba mi cara original. Y recuperaba mi rostro tan lentamente, que daba tiempo a envejecer.

Es en el sueño donde nuestras huellas se rehacen. Y un autorretrato se dibuja sin línea con la ayuda de unas moscas grises y secas. Lo desnudo, aún más se desnuda, y no es en la forma y en sus huesos, sino en el osario de los sesos como en manual de electricista. No hay despertadores, despiertan las pesadillas. Y sentimos su pudor.

Lo que se mide deja de tener realidad y queda fuera. Porque somos lomo adobado, su biografía. No son agradables los infiernos, créetelo. Ni con el fármaco de las loterías.

Souvenir de los Infiernos (3) cinema inferno

…….

La tarde es gris como el azul de la axila en una mosca. Procesiones de ortopédicos inundan las calzadas; y en las aceras, jaspeadas de alumbrado, ríos de penitentes vamos al cine.

Las nubes de borrasca ya flotan en la sala oscureciendo el recinto. Y tras la publicidad de los bragueros, la límpida pantalla nos parpadea gozosa. En los infiernos sólo proyectan películas de Murnau. Y un coro de abogados castrados nos deleita con sus gregorianos. Sólo por esto vale la pena transitar por los infiernos. Mi vecino en mister Dwan, que me regala las entradas con su sonrisa escarlata.

La felicidad es transitable en el espejo de la oscuridad. Somos cuatro gatos.

Souvenir de los Infiernos (2) café express cinético

En los infiernos no amanece. Es un continuo ir y venir de tubos fluorescentes, música de fondo y el runrún del silencio que se cuela entre la publicidad.

Lo que sí hay es café, un café segregado por las moscas que huelen el tabaco. El mejor es el Express, que embadurna las tripas como el búfalo de crema. Sabe a fango y huele a esperanza. Con él uno pasa las horas entretenido aguardando a un diablo que nunca llega.

Por cada taza que ingieres te dan un punto canjeable en el cielo. Y si llegas a tres tazas, una santa te lame el borde de la taza. Por lo demás, vale dos euros. Nada es gratuito en los infiernos y todo tiene copyright, ese pajarito capado.

Souvenir de los Infiernos (1) el caos ornamental

…….

Se gotea justo antes de ingresar en los infiernos. Pequeños charcos de asco se van diseminando durante el día. Y lo que en un principio parece caos, se adivina hacia la tarde ornamento desesperado.

Deshabitado de mí. Rondándome a unos pasos de mi sombra, y nunca más allá, contemplé mi goteo.

Iterar, someterse a la simetría es camisa de fuerza y consuelo. Ya aquella misma noche dormía en el infierno. A la mañana siguiente me asignaron un número. El caos había sido forzado en orden y un solitario pasillo era mi domicilio. Diez mil psicólogos lo rondaron como moscas y yo era su putrefacto manjar.